El enorme celofán transparente, está casi quieto por la suave brisa, se va pigmentando según el rumbo de las radiaciones de luz, absorbiendo tonos del índigo cielo y del verde fondo, logrando quizás el matiz de una esmeralda. De pronto un puñado de lentejuelas es esparcido sobre las aguas, platinandolas intensamente.
Resguardando el celofán desde el lado derecho de la orilla se encuentra un gigante religioso, cubierto por un manto pardo y terroso, lleva puesto en la cima unas cuantas pálidas cruces blancas, que añoran santidad. Junto a él otros amarronados guardianes de menor estatura, con opacos tonos en café castaño, canela y tabaco.
Volcando la vista, en la lejanía el magenta del cielo y el agua turquesa se funden eliminando distancias. Mientras lentamente se hilvanan ralos apósitos de algodón que se difuminan, tiñendo de melancolía la luminosidad del día.
La blanca espuma languidece al rozar el conglomerado de minúsculas piedras rojizas, mezcladas con arena y oscuras ramas secas. Avanza cautelosamente y baña la orilla de miel.
By Vania Fernandez Zuazo
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